Como si del Sahara se tratase, un árbol da cobijo allá donde la costumbre lo exige, me imagino a estos hombres recién llegados de otro lugar donde no existen bares con tertulia alrededor de un velador.
En nuestra cultura también hemos tenido algo parecido, al menos en mi infancia cuando una familia extensa iba a recoger el fruto del olivo para después cambiar por aceite. Nos sentábamos debajo de este lujoso árbol, a disfrutar de los manjares típicos del tiempo y de la zona, gazpacho, torrezno de tocino y alguna sardinita que te hacia chuparte los dedos.
Ahora parece que queda lejos, pero a ellos no se les ha quitado la costumbre y muy bien que me parece pues el calor de un árbol nunca será el de un velador.
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